Cómo razonar con los niños
Como adultos, por experiencia y por edad, nos sentimos con pleno derecho a marcar reglas y normas en la vida de los niños. A mostrarles el camino a seguir o, entre muchas otras cosas, a guiarles mediante pautas de comportamiento que a nosotros nos parecen las correctas. Evidentemente, todos lo hacemos pensando que nuestros valores, nuestra forma de pensar y nuestros consejos van a ser los más adecuados para su desarrollo.
Sin embargo, los niños son personas con ideas propias (y así tiene que ser) y no siempre van a compartir nuestros puntos de vista, nuestros gustos o nuestra forma de ver las cosas. Desde bien pequeños, cada uno de nosotros expresa ya un carácter que nos hace ver la vida con nuestros propios ojos y nuestra manera de pensar, y esto puede provocar diferencia de opiniones, o desencuentros, para lo cual no hay mejor forma de solucionarlos que razonando.
A medida que los niños van creciendo, su personalidad va tomando forma, comienzan a reflexionar y a pensar de manera más sólida sobre lo que ocurre a su alrededor.
Evidentemente, estas reflexiones hacen referencia a su universo más cercano: el entorno familiar y la escuela, pero ya solo en estos dos mundos hay suficientes normas como para que puedan chocar con ellas.
Los adultos “les imponemos un listado de normas y quehaceres interminables”: hacer la cama, recoger la ropa, comer platos que no les apetecen, lavarse los dientes tres veces al día, ducharse, acostarse a una hora determinada, etcétera. Y en la escuela más normas y reglas por cumplir: ser puntuales, mantenerse en silencio en clase, hacer los deberes, ser respetuosos con los compañeros, etcétera.
Hay niños a los que estas obligaciones les provocan agobio y su respuesta es totalmente la contraria a la que debería ser. Se sienten abrumados y como no saben cómo expresarlo, al final actúan de manera impulsiva o improvisada saltándose las normas o no cumpliéndolas como deberían.
Ante dichas situaciones tenemos que explicarles por qué ponemos normas o por qué creemos que deben seguir unas reglas. No hace falta apelar a la autoridad de ser mayores. Es mejor, de manera tranquila, darles una explicación seria y objetiva para que puedan entender que las cosas funcionarán mejor de la forma que les proponemos. Pero también, en determinados momentos y circunstancias, podemos dejarles la opción de probar otra manera de hacerlas, con propuestas razonables que ellos nos sugieran. Estamos totalmente seguros que tienen mucho que aportar.