Los límites
Poner límites es necesario, ya que saber cómo actuar y hasta dónde se puede llegar establece un marco seguro de referencia con el que es fundamental contar a cualquier edad. Por eso es importante que tanto niños, como adolescentes, entiendan que la convivencia consiste en saber cómo comportarse en base a unas normas -algunas escritas e incluso legisladas, y otras que apelan al sentido común, al respeto y a la tolerancia- para que todos podamos vivir en paz y en armonía.
Tanto como cuando son pequeños, como cuando crecen, los niños van a intentar en más de una ocasión traspasar los límites. Es normal: son niños y quieren probar cosas y experimentar nuevas vivencias. Además, el marco de referencia no siempre es el mismo, como por ejemplo cuando están con sus padres, o cuando están con sus abuelo. Eso sí, sea cual que sea, es importante saber que si no tuviesen límites serían ellos quienes decidirían hasta dónde llegar y cómo y todavía, a su edad, es una responsabilidad que no les corresponde.
Cuando los niños ya no son pequeños, pero tampoco adolescentes, hay que trasladarles mensajes muy concretos y claros en referencia a las normas y los límites. No vale con decirles: “¿te parece normal?” o “¿a ti te parece que…?”. En su lugar un “eso que has hecho no está bien por esta razón…” resultaría más adecuado. Y lo mismo para pedirles lo que queremos que hagan, de forma clara y razonada para que no haya lugar a posibles malentendidos.
También es importante que cuando haya dos adultos a cargo se pongan de acuerdo a la hora de establecer las normas y los límites. De nada sirve que haya alguien “bueno” a quien le puedan sacar lo que quieran y otro “malo” y estricto que hace valer las normas. Los padres deben ser un equipo y transmitir a los hijos que coinciden al 100% en la manera de educar. Sino los niños son muy perspicaces y se acercarán a uno u otro según su postura ante determinadas situaciones. Sobre todo, hay que tener el mismo discurso, incluso en los casos en los que los padres no están juntos, para que, aunque no se conviva, los chicos puedan recibir unas normas únicas y compartidas.
Además debemos de ser consecuentes . Si se dice a algo que no hay que estar dispuesto a no moverse de ahí y a no ceder. Y si su actitud conlleva una consecuencia o limitación se debe cumplir ya que es fundamental ser coherentes entre lo que decimos y lo que llevamos a la práctica.
Seguro que ante todas las normas y límites establecidos, surge la típica pregunta de: “¿Y cuándo voy a poder mandar yo?”. La respuesta es sencilla. Por razones de seguridad, de conocimiento, de experiencia y de responsabilidad, de momento nos toca a los padres durante algún tiempo. Aunque eso no quita que puedan tener voz y opinión, y que algunas decisiones puedan ser suyas, aunque no todas, ya que la convivencia en familia todavía no puede ser una democracia.