Mi hijo está llorando
Llorar es humano. Algo natural e intrínseco a nuestra condición que nos sirve desde que nacemos para expresar cómo nos sentimos y si algo nos produce dolor, pena o incluso alegría. Sentirse triste a veces y llorar, tanto si somos niños como si somos adultos, es normal y no tenemos por qué avergonzarnos de ello.
Las lágrimas de los niños nos afectan desde que son pequeños porque nos dicen que algo no va bien y despiertan en nosotros el instinto de protección y de ayuda para intentar tranquilizarles, calmarles y que se sientan mejor. Aprender a entender esas lágrimas, a mitigarlas e incluso a reconducirlas es parte del aprendizaje de ser padres y de conocer a otro ser humano, aunque sea “en miniatura”.
Conforme van creciendo las rabietas de los niños suelen ir pasando a un segundo plano.
Tal y como comentábamos en el rango de edad de 0 a 3 y de 3 a 6 años, cuando los pequeños lloren porque se han hecho daño, ponernos en su lugar y que sepan que estamos a su lado seguirá funcionando.
Escucharles, reconfortarles y ayudarles/enseñarles a afrontar aquello que les causa malestar, como pueden ser cambios en su vida o en su rutina o, simplemente cansancio, también seguirá siendo fundamental a esta edad.
Y si lloran cuando otros lo pasan mal, cuando ven una película triste… eso es empatía, y es maravilloso. Una conexión con los sentimientos de los demás que te dice que son capaces de conectar. Además, tú mejor que nadie sabes cómo son y reconocerás si esas lágrimas son de pura emotividad o hay algo más. Porque el llanto, o su ausencia, está relacionado con la salud emocional. Y llorar cuando hay una emoción muy intensa nos hace humanos.
Y recalcamos, como en el anterior rango de edad, que si en alguna ocasión el llanto se convierte en una protesta y una manera de intentar conseguir lo que quieren, debemos de darles tiempo para que se calmen, intentar razonar con ellos, y, sobre todo, no ceder para que aprendan que es un método que no sirve y que hay otros caminos mucho más productivos como son el diálogo y la negociación.
Debemos de tener en cuenta que el llanto nos da pistas sobre cómo se sienten los niños y, si no dan muestras de ello, tendremos que indagar y desplegar al máximo nuestras dotes comunicativas para que sean capaces de abrirse, al menos con quienes les quieren de forma incondicional, y expresar lo que sienten al respecto. Y si no es posible y esto les impide relacionarse con los demás de la forma en la que sería deseable, quizás averiguar más con la ayuda de un profesional.