¡Siempre vamos tarde!
El tiempo es una convención pública, una dimensión que, como la del espacio, nos permite situarnos, organizarnos e incluso relacionarnos con los demás y con el mundo.
Su percepción es algo muy particular y cada persona, desde pequeña, aprende a calcular instintivamente cuánto tiempo necesita para tomar el desayuno, arreglarse o prepararse para salir… Es un ajuste cerebral único que, además, depende de otras muchas cuestiones como por ejemplo lo mucho o lo poco que estemos disfrutando de una actividad, ya que una tarde entre amigos pasa rapidísimo y una hora de tareas escolares puede parecer una eternidad.
Por eso es muy importante que eduquemos a los niños en la puntualidad y el respeto hacia el tiempo de los demás ya que de esta manera tendrán mucho ganado en lo referente a este tema en la edad adulta.
Planificar es algo que se aprende practicando: preparando la ropa, la mochila, previendo el tiempo de aseo y despertándose a una hora adecuada. Que aprendan a organizarse desde pequeños, y a preparar lo que necesitarán en su día a día, es fundamental para que puedan contar con una buena gestión del tiempo.
Una cosa son los imprevistos, que tenemos que aceptar que existen, y otra alargar el tiempo para descansar o postponer lo inevitable. El fin de semana, o durante los festivos, sí que podrán prolongar los tiempos y relajarse más, pero los días laborables debemos instaurar la rutina y no permitir esos “cinco minutos más”, a menos que estén previstos (y les despertemos antes para que todo cuadre).
Y, como adultos, debemos velar por que no haya demasiadas ocupaciones y responsabilidades que les impidan tener un respiro tal y como indicamos en la publicación “Los niños tienen que ser niños”.
Otro tema a destacar son las distracciones. Niños que no acaban de vestirse, que comen muy lentamente, o que no terminan la tarea. Que tienden a distraerse con cualquier cosa y que, por lo general, tienen dificultad para concentrarse en algo, porque lo que están haciendo no les interesa demasiado o porque, al mismo tiempo, hay otra cosa que les atrae más. Si reducimos al máximo los “distractores “del entorno y ahondamos en la motivación de que hagan lo que están haciendo porque es bueno para ellos (estar genial con la ropa que se están poniendo, que les feliciten por llevar al colegio las tareas hechas y por aprender, o porque alimentan y cuidan su cuerpo súper bien) es muy posible que consigamos que se activen y terminen a buen ritmo.
El entrenamiento lo es todo en cualquier disciplina que se quiera dominar, y ésta no es una excepción. Una buena idea podría ser regalar a tu hijo un reloj para que, poco a poco, entienda cuánto tiempo necesita para hacer cada cosa: cuánto dura una clase, el recreo, o la cena. A qué hora se levanta, sale de casa, llega al colegio o a la extraescolar. Como un atleta que mide sus récords, puede ir comprobando qué puede hacer en un tiempo determinado sin ponerse nervioso por las prisas. Y dejar lo que no pueda para otro momento, asumiendo que el tiempo da de sí lo que da, y que la efectividad no siempre va de la mano de la salud y de la tranquilidad vital.
Finalmente, si tienes claro que él o ella, o todos vosotros, sois de los que siempre llegáis tarde, como se suele decir… intentad salir antes. Aplicaos el viejo dicho de “conócete a ti mismo” y no consintáis los retrasos saliendo con mucho más tiempo del que “normalmente” se necesitaría. Está comprobado científicamente que para algunas personas, cuando se les pide que calculen mentalmente 1 minuto, puede llegar a pasar casi el doble de tiempo. Así que no te confíes y sé consciente de la imagen que da el que siempre va con retraso y que es algo que podría solucionarse con un poco de previsión extra.