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Siempre llora

Llorar es humano. Y, además, una parte fundamental del desarrollo de los más pequeños al ser la única herramienta con la que cuentan para poder expresar su malestar, incomodidad o cualquier otra necesidad.

Conforme vayan creciendo, este dará paso a otro tipo de llanto “más complejo” – pena, alegría, dolor, añoranza…- al descubrir por sí mismos, y junto a nosotros, nuevas formas de comunicación a través de la cuales poder expresarse como son el lenguaje corporal -los gestos-, el lenguaje oral y más delante el lenguaje escrito.

Un entorno familiar, afectivo y respetuoso contribuirá a su sano desarrollo emocional, proporcionándoles, además, las herramientas necesarias para poder crecer con confianza y seguridad en sí mismos e impactando positivamente en su infancia y adolescencia, haciéndoles contar -tanto ahora como en el futuro- con la capacidad de poder manejar sus propias emociones, así como de actuar y de comportarse de la manera más adecuada en cada situación y/o momento.


A medida que los niños y niñas de 3 a 6 años exploren el mundo, interactuando con su entorno, y vayan desarrollando diferentes habilidades emocionales, comenzarán a llorar por otras razones muy distintas a las que lo hacían cuando eran bebés, y que se deberán sobre todo a la frustración frente a nuevos desafíos, aprendizajes, relaciones… Los conflictos cotidianos que se vayan sucediendo en su día a día con sus compañeros de clase, sus amigos, sus hermanos… podrán desembocar en ocasiones en lágrimas, pero también debemos de tener en cuenta que tras estas podrían esconderse ciertos componentes imitativos ya que a estas edades los pequeños son auténticos radares de la tensión en el ambiente o de situaciones de estrés o conflictivas.

Durante esta etapa los pequeños seguirán aprendiendo a expresar y a manejar sus emociones las cuales, en ocasiones, puede que les resulten demasiado abrumadoras y llorar es una gran válvula de escape para liberar tensiones. También el contacto con el dolor -pequeños accidentes, malestar por enfermedades leves… – o los cambios familiares o en su rutina podrían provocar su llanto. Nosotros, como adultos, deberemos de brindarles el apoyo que necesiten, no ridiculizando su queja y ayudándoles a modular la importancia de lo sucedido, proporcionándoles la seguridad que buscan, así como las herramientas que estén en nuestra mano para fortalecerles.

Ponernos en su lugar o acercarnos a ellos con un “te entiendo, eso que me cuentas puede resultar complicado” pero desde una perspectiva positiva “estoy seguro de que vas a conseguirlo y de que pronto todo pasará” o con un “¿quieres que tratemos de buscar una solución?” seguro que les dará el impulso necesario para poder afrontarlo con positividad. Se trata de ir dotándoles de “trucos” que, a su vez, se conviertan en estrategias saludables que les enseñen a lidiar con sus emociones y con los desafíos que se les presenten ahora y en el futuro.

Deberemos centrarnos en todo momento en solucionar los problemas que puedan surgir -o el dolor- desde la empatía y la comprensión. Para ello, ayudará mucho enseñarles a poner nombre a sus emociones: no es lo mismo la tristeza que la rabia, la confusión que el enojo… para que así puedan reconocer por sí mismos qué les ocurre. Contarles cuentos -de forma distendida- en los que sucedan este tipo de situaciones también puede ser muy beneficioso, acompañándolo de “mira, ¿sabes qué hizo?”, para enseñarles estrategias sencillas que puedan aplicar ellos mismos. Rincones tranquilos, frases para calmarse, un peluche, un muñeco, un dibujo de aquello que les transmita seguridad… les dará algo a lo que agarrarse en esos momentos en los que internamente se remueven sus emociones.

 

De 0 a 3 años
De 3 a 6 años
De 6 a 12 años
De 12 a 16 y De 16 a 18 años

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